Nunca insistiremos lo bastante sobre la necedad del razonamiento que tantos hacen para justificar su negligencia en ayudar con oraciones y buenas obras a las almas de sus difuntos; ¡no ruegan por ellos, según dicen, porque vivieron y murieron como santos! ¡Cuántas almas llorarán amargamente en el Purgatorio estos juicios demasiado favorables, hechos sobre su suerte eterna! San Agustín, aunque tenía a su madre Santa Mónica en concepto de Santa, no obstante, penetrado del rigor de la divina Justicia, por espacio de veinte años continuó rogando, e invitando a otros a que hicieran lo mismo, por el reposo de aquella alma predilecta...

Nadie es capaz de creer ni de comprender con cuánto rigor juzga y castiga Dios a sus criaturas. Su pureza infinita descubre efectos aun en nuestras más santas acciones. Si los mismos cielos no se hallan exentos de imperfección ante sus ojos purísimos, ¿cómo es posible que el hombre, criatura tan miserable, pueda aparecer limpio delante de Él?